NOTAS AL MARGEN DE LA DESCONSTRUCCION
por Roberto Ferro
La complejidad de todo abordaje a la propuesta derridiana se agrava dado que el tratamiento de las cuestiones que configuran su tejido constitutivo se sitúan en los bordes del pensamiento tradicional, que no se transgrede jamás de una vez por todas. Derrida ha insistido, señalándolo en múltiples oportunidades, en la imposibilidad de operar fuera de la razón: "la revolución contra la razón siempre tiene la extensión limitada de lo que se designa como una agitación precisamente en el lenguaje del Ministerio del Interior"; las operaciones derridianas no consisten en apelaciones contra ella; es imposible protestar contra la razón, queda, entonces, el recurso de la estrategia y la estratagema.
Las operaciones derridianas apuntan a intervenir desde el margen entre lo interior y lo exterior, bordar como un juego metafórico que reenvía al espacio semántico de la actividad textil: bordado, costura, tejido; y desde ese cálculo escapar al asedio de toda posible dicotomía metafísica, asumir el riesgo y enunciar el dilema de una escritura/lectura que se hace y/o deshace en los bordes. El riesgo reside en que todo pensamiento no puede olvidar, ni puede prescindir del linaje del que forma parte, aunque su enunciación anuncie una voluntad de marcar y aflojar esa construcción.
Intentar un asedio a la desconstrucción implica, necesariamente, asumir un riesgo ineludible, ya inscripto en la textualidad de Jacques Derrida. Pretender "un acercamiento" a Derrida mediante esquemas y categorías deudores de lo que él mismo desmonta, se agrava si la pretensión asume la retórica de una "introducción": es decir, la presentación didáctica y resumida de la problemática del autor, la microexposición de un sistema; mencionamos esa posibilidad como modo explícito de conjurarla.
En este trabajo pretendo bordar en los bordes, señalar algunas notas en los márgenes de la desconstrucción siguiendo un doble eje asimétrico1, muchas veces en pugna: una cierta fidelidad cronológica, exigida por las redes de solidaridad, genealogía y debate, y una cierta fidelidad temática, exigida por el movimiento retórico de mi escritura.
El modo con que Derrida se refiere en la actualidad a la desconstrucción en un movimiento retrospectivo y sin ocultar cierto malestar, parece contrastar con la considerable difusión que esa desconstrucción ha alcanzado en los últimos años, en América primero, y luego, quizás, más morosamente en Europa. En tanto palabra, concepto o conjunto de operaciones interviene y se trama en la discusión filosófica, pero también, y de modo decisivo en la teoría y crítica literarias, las ciencias sociales, la estética, el psicoanálisis, la lingüística, la reflexión política y en la teoría de la traducción.
El malestar de Derrida y hasta un cierto rechazo por la proliferación de un término que aparece como una cifra sintetizadora y emblemática de un pensamiento del que formaba parte, plantea la necesidad de revisar las diferentes condiciones históricas de recepción de ese pensamiento y, correlativamente revisar los usos que recibió.
Es posible distinguir tres momentos diferentes, asumiendo la pesada carga de la rigidez esquemática, en la deriva del sentido de la desconstrucción.
En 1967, Jacques Derrida publica tres obras: La voz y el fenómeno, De la gramatología y La Escritura y la diferencia.
La voz y el fenómeno es una lectura de la fenomenología de Husserl que apunta a exhibir el privilegio de la voz y de la escritura fonética sobre la escritura en el curso de toda la historia de Occidente, tomándolo como hilo conductor para desmontar el tramado de cuestiones que configura el eje de las permanencias en cuya solidaridad se asienta la metafísica.
Derrida interviene en los textos de Husserl a partir del interrogante ¿qué es el querer decir?, desmontando la pretensión fenomenológica de un pensamiento anterior al lenguaje.
La propuesta de Derrida, que exhibe las marcas de un linaje en el que Nietzsche y Heidegger son puntos de inflexión, apunta a la superación de la filosofía occidental en tanto metafísica, ontoteológica o racionalismo subjetivo. Metafísica que tiene sus "primeros principios" en la episteme griega entendida como un logos que da razón al ser como presencia.
En De la gramatología, Derrida se propone mostrar el lugar secundario, derivado y suplementario que la escritura ha ocupado respecto al logos como habla y/o razón.
Una de las líneas decisivas que articulan el discurso de la metafísica occidental ha sido la separación de lo interior y lo exterior, y correlativamente considerar el habla como exteriorización de un lenguaje interior.
El fonocentrismo, origen y fundamento del logocentrismo, es un idealismo puesto que privilegia un contenido —la idea, el sentido, o el significado— sobre lo dado —la forma, el significante—. El logos, la voz, se despliega en orden a un campo trascendental, que sirve de base de lo real y que podemos rastrear en sus diferentes nominaciones: topos noetós en Platón, esencia en Aristóteles, Dios en la teología cristiana, razón en Descartes, razón trascendental a priori en Kant, espíritu absoluto en Hegel.
Ese privilegio de la voz es correlativo con un desprecio y devaluación de la escritura, considerada como mera copia, representación suplementaria de la palabra oral. Derrida reconstruye en De la gramatología la historia de las constricciones y los decretos de devaluación de la escritura atendiendo a algunos de sus hitos más significativos: Platón, Aristóteles, Rousseau, Saussure, LéviStrauss; se propone además, en un segundo movimiento, trastornar la relación jerárquica establecida entre habla-escritura, y demostrar como tanto el habla como la escritura son formas de una archiescritura, desarticulando el privilegio de la voz y conmoviendo el arquitrabe que sostiene el edificio logocéntrico.
La aparición de estas obras de Derrida, contemporáneas del auge del estructuralismo, suponen una crítica demoledora de los fundamentos en los que se éste asentaba. La lectura derridiana de la teoría de Saussure señala la contradicción de los conceptos básicos en que se articula y se despliega todo el paradigma de la lingüística estructuralista.
Los signos son para la lingüística saussureana producto de un sistema de diferencias, no son en ningún caso realidades positivas, se definen sólo por las oposiciones, son efectos de la diferencia. La contradicción aparece cuando Saussure otorga un privilegio al habla como realidad originaria y posterga a la escritura como una representación subsidiaria de la misma.
Derrida sitúa a Saussure en el linaje logocéntrico dominante que trama la metafísica occidental, que articula la presencia en el logos, como referencia unívoca al origen.
La archiescritura no se constituye únicamente en la manifestación gráfica se refiere a un espacio de producción primaria que genera tanto el habla como la escritura. Esa producción no se configura como otra manifestación de la presencia sino en la generación de significantes con significados perpetuamente diferidos; la escritura es el inacabable desplazamiento del significado que impone al lenguaje a constituirse en una suma de textos solo definibles desde otros textos. Es el espacio de una ausencia diferida, el final del privilegio metafísico de la presencia; con la escritura se rompe el vínculo "natural" voz-sentido y el sentido, entonces, es el despliegue e interacción de huellas sustituidas, de relaciones inmotivadas, de constante ausencia del otro aquí-ahora.
La escritura y la diferencia recoge artículos publicados en revistas y conferencias dictadas entre 1959 y 1967, entre ellas figura "La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas" pronunciada en un coloquio organizado por la John Hopkins University sobre el tema "Los lenguajes críticos y las ciencias del hombre", llevado a cabo en octubre de 1966. En el mismo participaron, entre otros, G. Poulet, L. Goldmann, F. Donato, T. Todorov, R. Barthes, N. Ruwet, J. Lacan.
El repaso de las actas de sesiones da cuenta que más que la convergencia de un conjunto de variantes del estructuralismo, el coloquio significó la presentación académica de algunas ponencias que ya exhibían las líneas fundamentales de lo que luego se suele identificar de modo general como postestructuralismo.
La ponencia de Derrida, que en una mirada retrospectiva ha sido vista como el acta de fundación de la desconstrucción en los EEUU, se contextualiza en un coloquio sobre el estructuralismo, circunstancia que permite señalar alguna de las razones que justifican el maridaje posterior que vincula desconstrucción y postestructuralismo.
Otro elemento que es necesario destacar es que la nómina presenta un claro predominio de intelectuales que pertenecían al campo intelectual francés. Los estudios literarios en Norteamérica carecían de una tradición estructuralista, por lo tanto esa confrontación era ajena al espacio universitario norteamericano. Esta ausencia marca una cierta dislocación y desajuste en la lectura de Derrida en ese medio, que muchas veces aparece como un trasplante o imposición de una problemática propia de otra tradición filosófica.
En las obras de 1967, Derrida utiliza la palabra desconstrucción principalmente en De la gramatología, en La voz y el fenómeno no aparece de modo tan frecuente, al igual que en los artículos de La escritura y la diferencia en los que además se puede leer "desestructurar" o "desconstituir" como alternativas.
En un ámbito dominado por et paradigma "estructuralista" desconstrucción parecía designar una instancia de concesión de un discurso que cuestionaba y se diferenciaba del canon, cuando, en realidad, era todo lo contrario. De algún modo había una instancia de la desconstrucción que no era extraña a la problemática estructuralista, pero asimismo instalaba un gesto antiestructuralista. Si, aparentemente, se trataba de desmontar, deshacer las estructuras, ese trabajo ponía en la mira las oposiciones logocéntricas, fonocéntricas que sostenían el andamiaje estructuralista.
II
El segundo momento está marcado por un gesto de afirmación, los textos publicados en 1972 abarcan la producción derridiana desde 1967. Márgenes de 1a filosofía y La diseminación recogen artículos aparecidos en revistas y comunicaciones en coloquios y congresos en el curso de esos años, y en Posiciones se publican tres extensas entrevistas a Derrida.
El gesto de afirmación se presenta en doble movimiento: en los textos de Márgenes y La diseminación, por una parte, el corpus de procedimientos que implica la desconstrucción alcanza una dimensión importante más allá de la frecuencia de su uso. Derrida insiste en el despliegue de las operaciones que la configuran. Si, hasta entonces, desconstrucción como término, concepto u operación no había desempeñado un rol metódico sistemático, o su importancia se relativizaba en relación con otras operaciones derridianas que articulaban un dispositivo abierto estratégico, en los textos de 1972 su uso revela una instancia establecida para designar las formas de lectura, de escritura, de interpretación imbricadas en el programa derridiano.
En Posiciones, de modo muy preciso, la desconstrucción recibe un espacio de atención que revela su eficacia para designar instancias fundamentales del programa derridiano. Las respuestas de Derrida no tienen el matiz de distanciamiento con que luego irá marcando cierta incomodidad por los sentidos atribuidos a la desconstrucción.
Lo que interesaba en aquel momento, lo que trato de proseguir según otras vías ahora, es al mismo tiempo que una "economía general " una especie de estrategia general de la desconstrucción. Esta debería evitar a la vez neutralizar simplemente las oposiciones binarias de la metafísica y residir simplemente, confirmándolo en el campo cerrado de las oposiciones. (Posiciones)
Este doble movimiento de afirmación: la intervención en los dispositivos estratégicos de los textos, y el modo relevante con que Derrida refiere algunos de tos aspectos de su constitución, aparecen cuanto menos con índices de una problemática más vasta cuando se los compara con sus afirmaciones posteriores, de relativización y distanciamiento, en particular a partir de 1980.
La penetración de la desconstrucción en los espacios académicos en Norteamérica se produce durante los años setenta, coincidiendo con la actividad de Jacques Derrida en las universidades de Yale y John Hopkins. De la gramatología se traduce al inglés en 1976 y La escritura y la diferencia en 1978. Pero entre 1971 y 1975 se ha producido ya la recepción de Derrida por los llamados críticos de Yale y su enfrentamiento con la crítica norteamericana tradicional. Los estudios literarios de cuño arquetípico de N. Frye, los historicistas tradicionales, los new critics y los neoaristotélicos de la Universidad de Chicago, son los más virulentos en su rechazo de la desconstrucción como modo de lectura de los textos literarios.
III
La influencia del discurso derridiano en EEUU tuvo una serie de derivaciones; básicamente, no hubo homogeneidad en la recepción, el grupo de Yale, principal punto de referencia no es una escuela crítica compacta, por el contrario, reúne críticos con formación y postura muy diferentes: Harold Bloom, Hillis Millis, Geoffrey Hartman, Paul de Man. La publicación en 1979 de un volumen conjunto, editado por Harold Bloom con el título Deconstruction and Criticism y algunas antologías posteriores como la compilada por J. Arac-Godzich y W. Martin: The Yale Critics - Deconstruction in America le han otorgado una bibliografía que exhibe algunos matices de coherencia en torno a la problemática abierta por Jacques Derrida.
Asimismo, las críticas, el gesto polémico de sus detractores y las críticas virulentas que han provocado en medios tradicionales del campo académico es lo que le ha otorgado un grado de cohesión y unidad que no alcanza a disimular la heterogeneidad de planteamientos. Esta circunstancia ha otorgado al término desconstrucción un grado de aplanamiento y reduccionismo propio de la puja paradigmática entre antiguos y modernos, que en la década del 60 había resurgido en Francia en torno a Roland Barthes.
También es posible señalar, en otro orden de cosas, que la desconstrucción se vinculó al "post-estructuralismo", término acuñado en EEUU, y que reforzó cierta percepción en Europa de la desconstrucción como un engendro híbrido con una etiqueta norteamericana que designa ya sea teoremas o escuelas o discursos, una especie de receta multiuso. El post-estructuralismo será a menudo visto como la versión del postmodernismo en la crítica y la teoría literaria universitaria.
Una de las razones del cruce equívoco de ambos términos es el uso que de la crítica de la Modernidad ha efectuado el movimiento neoconservador norteamericano, Daniel Bell, Peter Berger, Nathan Glazer, entre otros. El neoconservadurismo adjudica los efectos negativos de la modernización a la modernidad cultural: narcisismo, ausencia de competitividad, anomia social, hedonismo, insurrección, lo que le permite un doble juego: apoyar la modernización y condenar la modernidad cultural como socavadora de la base moral. Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo denuncia cómo el movimiento capitalista, perdida su legitimidad original, se pliega a la legitimidad de una cultura anteriormente antiburguesa para sostener la estabilidad de su orden institucional socio-económico, desvío erróneo que lleva al hedonismo y al anarquismo actual, y que se debe superar con un rechazo frontal a la Modernidad; esta cadena forzada y cuestionable de inferencias legaliza un deslizamiento que lleva a confundir modernidad y neoconservadurismo, lo que no justifica, salvo ignorancia o reduccionismo periodístico, que la diversidad de tendencias postmodernas se identifiquen necesariamente con esa postura política, que proclama una vuela a la moral, a la tradición y a al religión.
Estas son algunas de las notas dominantes que parecen llevar a Derrida a tomar distancia de los usos de la desconstrucción.
En "Torres de Babel", 1980, y "Carta a un amigo japonés", 1985, recogidos luego en Psiché, 1987, L'oreille de l'autre. Textes et débats avec Jacques Derrida, 1982, y en Memorias para Paul de Man, 1988, se marca ya un gesto diferente, aparece junto con la consideración retrospectiva de sus trabajos anteriores, la exigencia de una reflexión que contemple nuevos espacios de sentido de la desconstrucción.
En la confabulación de los dos aspectos señalados, por una parte el modo de recepción en el campo académico norteamericano y, por el otro, la vinculación de la desconstrucción al post-estructuralismo, la postmodernidad y el desvío que supone los debates en torno a ese eje, es posible explicar en parle el modo con que se refiere Derrida a la desconstrucción a partir de 1984:
Cuando he utilizado la palabra desconstrucción, rara vez, al principio muy rara vez, una o dos veces —y aquí es donde la paradoja de los destinatarios que viene a transformar el mensaje juega a fondo—, tenía la impresión de que era una palabra secundaria del texto, que iba a borrarse o que iba al menos a ocupar un lugar en un régimen en el que no regiría nada. Para mí era una palabra en una cadena con muchas otras palabras como: huella, différance, y además en todo un trabajo que no se limita simplemente a un léxico, si se quiere. Ocurre —y ello merece ser analizado— que esta palabra que sólo he escrito una o dos veces, ni siquiera me acuerdo bien dónde, ha saltado de pronto fuera del texto y otros se han apoderado de ella y le han otorgado la importancia que ya saben ustedes y respecto de la cual yo he tenido que justificarme, explicarme, bandearme: pero esta palabra, por las connotaciones técnicas y, cómo decir, negativas que podía tener en ciertos contextos, por sí misma me molestaba. (L'oreille de l'autre. Textes et débats avec Jacques Derrida).
IV
Lo que es evidente es que la intervención desconstructiva ha provocado múltiples resonancias, en un grado de mucha mayor intensidad que cualquiera de las otras operaciones derridianas.
El simple repaso de la extensión con que expusimos los tres contextos que constituyen la configuración del sentido situado de la desconstrucción exhiben la complejidad de su entramado y comprometen la necesidad de atender, en nuestras notas al margen, el asedio de los debates, en los que tanto las posiciones de exégesis como las confrontación suponen gestos de aplanamiento.
Nuestra exposición ha señalado en diversos pasajes los puntos de mira, el horizonte al que se dirige la desconstrucción derridiana, en cuanto a que los caminos para alcanzarlos implica la necesidad de no ser arrastrado y apresado por el mismo movimiento de aquello que se pretende desconstruir, cayendo en la fácil seducción de las opiniones desconstruidas para explicar los procedimientos de la desconstrucción.
En principio, es necesario superar las apariencias que asimilarían la desconstrucción al análisis; el desmontaje de una estructura no implica un proceso de regresión hacia un elemento simple o hacia un origen indescomponible.
Tampoco corresponde pensar en términos de crítica, tanto en un sentido general como en un sentido kantiano. La instancia misma del krenein o de la krisis, en tanto decisión, elección, juicio, discernimiento, está íntimamente ligada al aparato de la crítica trascendental, que es uno de los objetos privilegiados de la desconstrucción.
A partir de la irrupción del estructuralismo en el espacio de las ciencias sociales, los estudios literarios son un caso paradigmático, el concepto de método toma un carácter alquímico, una receta de fácil aplicación aseguraba un resultado avalado por la ciencia, una suerte de racionalización de la magia. La posibilidad de considerar la desconstrucción como un método coloca la perspectiva en el espacio de sentido técnico: una serie de reglas y procedimientos transportables, ya codificados. La distancia que Derrida pone de manifiesto cada vez que se refiere a la desconstrucción en los últimos años apunta a conjurar, entre otras cuestiones, esta seducción por el deslizamiento metafórico que reduce los efectos de las operaciones desconstructivas a fases integradas de una técnica metodológica; lo que supone un gesto de reapropiación, domesticación y acatamiento sedante de la desconstrucción por las instituciones académicas.
Pensar la desconstrucción en términos de estrategia, que implica la exigencia de minuciosidad y prudencia, descartando todo gesto automático y repetido, abre la posibilidad menos dócil a la domesticación. La desconstrucción es una práctica que no supone término, no se compromete a un resultado, a la cancelación de la actividad en un límite previamente establecido:
En el interior de la clausura, a través de un movimiento oblicuo y siempre peligroso, corriendo el permanente riesgo de volver a caer más acá de aquello que desconstruye, es preciso rodear los concepto críticos con un discurso prudente y minucioso, marcar las condiciones, el medio y los límites de su eficacia, designar rigurosamente su pertinencia a la máquina que ellos permiten desconstituir; y simultáneamente la falla a través de la que se entrevé, aún innominable, el resplandor del más allá de la clausura. (De la gramatología)
La desconstrucción que opera sobre las rígidas oposiciones que articulan el edificio de la metafísica tradicional no puede quedar sometida a la reducción interior/exterior, no se juega su actividad en un único espacio. La desconstrucción de las oposiciones jerárquicas de la metafísica no supone una borradura de las mismas, no se trata de cambiar o simplemente de invertir simétricamente los términos de la jerarquía dada, sino de transformar las relaciones estructurales de lo jerárquico; este gesto implica un desdoblamiento.
La oposición de los conceptos metafísicos no es la simple confrontación de dos posiciones simétricas en pugna, sino la inscripción de una jerarquía y la legalización de una subordinación. La práctica desconstructiva no supone la simple neutralización de esa subordinación, debe articular un doble gesto que exhiba la grieta en el texto metafísico. La desconstrucción desencadena el juego de una doble mirada, una doble escritura que invierte la oposición clásica y provoca un corrimiento general del sistema. A partir de esta condición la práctica desconstructiva habilita la posibilidad para intervenir en el campo de las oposiciones sobre las que opera, que es, asimismo, un campo de fuerzas no discursivas.
Cada concepto está imbricado a una cadena sistemática y constituye él mismo una red de predicados sistemáticos. No hay concepto metafísico en sí mismo. Hay un trabajo, metafísico o no, sobre las redes conceptuales sistemáticas. La desconstrucción no consiste en un pasaje de un concepto a otro, supone necesariamente una inversión y un desplazamiento, este gesto implica una raspadura que deja leer lo que la jerarquía oblitera, inscribiendo en el texto desconstruido los predicados subordinados, excluidos o guardados en reserva por fuerzas y según exigencias que se ponen a prueba en el mismo proceso doble.
Estas notas características permiten avalar la consideración en términos de estrategia de la desconstrucción. De ese modo, se conjura la instancia de preliminariedad que comporta la reflexión metodológica, para instalar la desconstrucción en el proceso mismo del discurso derridiano, en el cruce inestable y sin escisiones de sus operaciones de lectura y de escritura, que configuran un texto descentrado, sin clausura y atravesado por puntos de fuga, que reniega de las transgresiones que refuerzan y legalizan los límites; un discurso que es recorrido por múltiples derivas, como estrías, itinerarios sin destino previo, de un incesante, minucioso e indeclinable trabajo textual:
No oponemos aquí, por un mero movimiento de péndulo, de equilibramiento o de dar vuelta, la duración al espacio, la calidad a la cantidad, la fuerza y la forma, la profundidad del sentido o del valor a la superficie de las figuras. Todo lo contrario. Contra esta simple alternativa, contra la simple elección de uno de los términos o de una de las series, pensamos que hay que buscar nuevos conceptos y nuevos modelos, una economía que escape a este sistema de oposiciones metafísicas. Esta economía no sería una energética de la fuerza pura e informe. Las diferencias consideradas serían a la vez diferencias de lugares y diferencias de fuerza. Si aquí parece que oponemos una serie a la otra, es porque dentro del sistema clásico queremos hacer aparecer el privilegio no crítico atribuido de forma simple, por cierto estructuralismo, a la otra serie. Nuestro discurso pertenece irreductiblemente al sistema de oposiciones metafísicas. No se puede anunciar la ruptura de esa pertenencia más que mediante una cierta organización, una cierta disposición estratégica dentro del campo y de los poderes, volviendo contra sus propias estratagemas, para producir una fuerza de dislocación que se propague a través de todo el sistema, fisurándolo en todos los sentidos, y delimitándolo de parte a parte. (La escritura y la diferencia).
La posibilidad de pensar la desconstrucción como estrategia textual que implica la deriva, el deslizamiento y la insistencia del trabajo de escritura y el trabajo de lectura —cada uno como gesto doble que aplaza, injerta y disuelve la diferencia que los constituye y reduce—, articula los movimientos de inversión y corrimiento con la irrupción de otros conceptos que no se dejan subsumir en la rejilla del sistema desconstruido. Conceptos nuevos que se bordan en los márgenes, bordeando los márgenes, instalados en perpetua inquietud entre, conjurando la asimilación a un tercer término hegeliano, insistiendo en la vacilación de lo indecidible para que la diferencia quede sin captura en una síntesis dialéctica:
Por lo tanto para marcar mejor esta separación (la diseminación, el texto que lleva este título, puesto que me plantea una cuestión al respecto, es una exploración sistemática y jugada de "separación ", cuadro, cuadrado, cartón, cuatro, etc.), ha habido que analizar, hacer trabajar, en el texto de la historia de la filosofía tanto como en el texto llamado "literario" (por ejemplo el de Mallarmé), ciertas marcas, digamos (acabo de señalar algunas, hay otras muchas), que he llamado por analogía (lo subrayo) indecidibles, es decir, unidades de simulacro, "falsas" propiedades verbales, nominales o semánticas, que ya no se dejan comprender en la oposición filosófica (binaria) y que no obstante la habitan, la resisten, la desorganizan, pero sin constituir nunca un tercer término, sin dar lugar nunca a una solución en la forma de la dialéctica especulativa (el pharmakon no es ni el remedio, ni el bien ni el mal, ni adentro ni afuera, ni la palabra ni la escritura; el suplemento no es ni un más ni un menos, ni un afuera ni un complemento de un adentro, ni un accidente, ni una ausencia, etc., el hymen no es ni la confusión ni la distinción, ni la consumación ni la virginidad, ni el velo ni el desvelamiento, ni el adentro ni el afuera, etc.; el grama no es ni un significante ni un significado, ni un signo ni una cosa, ni una presencia ni una ausencia, ni una posición ni una negación, etc.; el espaciamiento no es ni el espacio ni el tiempo; la merma no es ni la integridad mermada de un comienzo o de una cortadura simple ni la simple secundariedad. Ni/ni, es a la vez o bien o bien; la marca también es el límite de lo marginal, la mancha, etcétera). (Posiciones)
La desconstrucción como estrategia incesante lee/escribe de otro modo el texto de la filosofía y la imbricación dc ese arquitrabe en la constitución de la cultura, en un juego que apela al cálculo minucioso para minuciosamente calcularse en la deriva que rotura una diseminación bífida en el cruce de relecturas y reescritura perpetuamente asimétricas.
El debate y la confrontación promovidas en torno a la desconstrucción derridiana constituye, al parecer, el testimonio más evidente dc que su actividad compromete la estabilidad de un orden y la circulación estable de fuerza y valores. La desconstrucción no opera únicamente sobre los enunciados, no consiste en una actividad de denuncia de filosofemas, de su arquitectura formal, la desconstrucción no se detiene allí, también opera sobre las relaciones y estructuras institucionales, así como sobre la genealogía de su articulación.
El logocentrismo no sólo es una compleja red de remisiones que soporta la legitimidad del significado trascendental, también da razón y fundamento al sistema institucional y normativo. El espacio del logocentrismo desarrolla un doble mecanismo: una dimensión del saber, el sentido unívoco garantiza la verdad y la posibilidad de una voz que lo profiera: y otra dimensión de poder, la autoridad legaliza la jerarquía y asegura dominación de la razón de una ley que diga y al decir resguarde la verdad.
La desconstrucción implica una instancia política, que obviada, reduciendo entonces su estrategia a un juego retórico:
El monorritmo es siempre reapropiación inmediata, y el monocódigo también. Hay que meterle, pues, mano al código; cuando digo esto, hago hincapié tanto en la monovalencia y asimismo en la unidad del código dominante como en su carácter de código. Hay que meterle mano al código, a la homogeneidad y a la singularidad del sistema que ordena y regula los lenguajes y las acciones. Hay que meterle mano al hecho de que hay más que un código. ("Ja o la estacada")
La estrategia desconstructiva solicita la trama de relaciones y sumisiones que diseña el sistema de saber y poder, su deriva de términos indecidibles conmueve los valores de homogeneidad, de univocidad, raspa en la borradura la seguridad ilusoria de lo decible, tal como lo expone Derrida en la cita que abre esta notas al margen de la desconstrucción.
Buenos Aires, Coghlan, noviembre de 2000.
1 El mismo que he seguido en Escritura y Desconstrucción - Lectura (h)errada con Jacques Derrida, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2da. Ed. 1995.
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