Un modelo para desarmar
Roberto Ferro
A François Delprat
I – Algunas reglas del juego
El señalamiento de una tensión entre escritura y vida en Julio Cortázar es un lugar común compartido por la crítica literaria, la historia de la literatura y las diversas formas del periodismo cultural, que más allá de los matices considerados en cada oportunidad, aparece como una evidencia incontrovertible; los fundamentos que la avalan parten de una certeza asentada en la garantía que otorga la nitidez con que se advierten notables diferencias entre los imperativos que articularon el campo de su poética literaria, por una parte, y los imperativos que fueron constituyendo su postura ética y política, por otra. Esa oposición, frecuentemente, conduce a un coágulo cerrado sin modulaciones ni variantes significativas sobre el que se insiste como si fuera una verdad revelada. La especulación sobre la que se asienta mi trabajo tiene por objeto el cuestionamiento del modelo subyacente a esa certeza, que concibe los términos escritura y vida en Julio Cortázar como meras posiciones en contraste mutuo y mutua determinación, generando una parálisis que deviene en la formulación de estereotipos que tienen una amplia aceptación en los diferentes discursos que abordan su obra.
La lectura crítica de la masa de textos producida por Julio Cortázar requiere atender a los modos de constitución de ese corpus; ante todo, el presupuesto teórico de que el nombre del autor funciona como índice de una relación de atribución que no participa de la lógica lineal de la determinación, sino que es el resultado de un dispositivo en el que se traman un conjunto de operaciones discursivas de gran complejidad, en el caso de Julio Cortázar exige un relevamiento específico. En la actualidad, su obra aparece como un conjunto en continua ampliación. A los textos editados durante su vida, se han ido agregando otros aparecidos después de su muerte, entre los que se registran considerables diferencias; Cortázar ha dejado testimonio de sus intentos de publicación de algunos de ellos, como las novelas El examen y Divertimento, aunque por distintas razones luego decidió mantenerlos inéditos; en cambio, otros, como los cuentos reunidos bajo el nombre de La otra orilla, los consideraba ejercicios fallidos. A los textos literarios, se sumó la edición, en 1999, de tres tomos de su correspondencia, seleccionada por su primera esposa, Aurora Bernárdez; mientras tanto siguen apareciendo cartas no incluidas en esa compilación y nuevas entrevistas que, por los más diversos motivos, se mantenían inéditas. Finalmente, la editorial Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg ha anunciado para marzo del 2004 el lanzamiento del primero de los nueve volúmenes de más de mil páginas cada uno de sus “nuevas” Obras Completas, que incluyen textos hasta ahora desconocidos, entre los que figura uno escrito por Cortázar a los doce años; además, en el volumen dedicado a su correspondencia se agregan una gran cantidad de cartas inéditas y en otro se recogen sus mejores entrevistas.
De lo que es posible inferir que cuando se aborda el estudio de la obra de Julio Cortázar, el nombre de autor apunta a un referente que desbarata cualquier posibilidad de concebir un cierto estatuto de identidad uniforme. Hay suficientes indicios para considerar que las instancias de enunciación aparecen diversificadas al menos en dos constelaciones; un primer conjunto que comprende todos los textos que publicó en vida, en el que la heterogeneidad enunciativa opera sobre el principio constituido en torno de la voluntad del escritor para hacer circular su obra; y un segundo conjunto en el que la posición enunciativa es compartida por aquellos que en tanto herederos o albaceas disponen de los textos inéditos amparados en la delegación testamentaria de la propiedad intelectual de los mismos.
El dispositivo de atribución de los textos a un nombre propio que los reúne y los identifica se funda tanto en una operación crítica como en una maniobra trascendental. El componente trascendental y teológico, que inviste al nombre Julio Cortázar para otorgar unidad a sus textos, supone la elaboración de un relato que diseña un recorrido que reformula la diversidad reduciéndola a una uniformidad progresiva; por lo tanto, ese relato es un aspecto medular para la reconsideración de la relaciones entre escritura y vida.
En el corpus de textos producidos por Julio Cortázar es posible señalar diferentes puntos de desvío en los que aparecen ciertos cortes o rupturas que proyectan sus búsquedas de innovación y constitución de espacios compartidos de contemporaneidad en oposición a lo pre-visto; pero es necesario advertir que esos contrastes no remiten a una concepción única de contemporaneidad que les otorgue coherencia y homogeneidad. La relación entre literatura y política en su obra está atravesada tanto por las diversas posiciones ideológicas que va ocupando Cortázar a lo largo del tiempo como por las transformaciones que se producen en su escritura; se impone, entonces, la necesidad de establecer desde la perspectiva histórica los diferentes modos de concebir esa relación y cada uno de sus términos, que no pueden ser pensados como inalterables sin falsearlos, pues aparecen en constante mutación de acuerdo con los diferentes contextos sociohistóricos en los que se producen y con la economía general de los discursos en los que circulan.
Entre las ideas de lo nuevo en el campo de la escritura literaria, que se inscriben en una red de genealogías alternativas y rupturas canónicas, y las posturas políticas, que promueven el cambio social, tramadas en complejos entrecruzamientos de solidaridades y rechazos, se producen cambios considerables en la caracterización de la contemporaneidad, que enmarcan y distinguen los esfuerzos de Cortázar por establecer líneas trasversales que le permitieran conciliar esa diferencia. En esas instancias de oposición y acercamiento emerge la tensión que me propongo revisar en este trabajo.
Prioritariamente, mi gesto crítico apunta a investigar y examinar el diseño de los relatos de vida, especialmente aquellos que el propio Cortázar ha producido, en los que desde una posición retrospectiva se articula una progresión que uniforma la multiplicidad de opciones, estableciendo algunas concatenaciones que aportan una coherencia argumentativa y desarrollan un proceso genealógico en el que en algunos casos se apunta a atenuar y aflojar las contradicciones, y a acentuarlas en otros. Esos relatos imponen formas de periodización que entrañan estrategias de significación y de funcionalidad de categorías más o menos rígidas de interpretación, que articulan la oposición entre escritura y vida sin someter a escrutinio la diversidad de modos de constituir sentido de esas categorías en cada contexto sociohistórico, extrapolándolas y desplazándolas de un período a otro, lo que implica un desajuste y provoca conclusiones marcadas por el anacronismo.
A modo de ejemplo voy a citar dos cartas de Julio Cortázar en las que esta circunstancia se pone de manifiesto. La primera, fechada en Mendoza el 24 de setiembre de 1944, está dirigida a Lucienne C. de Duprat, madre de una de sus colegas en el Colegio Nacional de Bolívar, con quienes ha mantenido una profusa correspondencia a lo largo de esos años:
Quizás le agrade saber algo de mi vida en Mendoza. Vine escapando a una situación penosa que se me planteaba en Chivilcoy, donde mi conducta de siempre resultó ofensiva para aquellos que van cambiando de conducta según soplen los vientos oficiales. Por no haber mostrado “fervor” en unas clases alusivas a la Revolución –según dieron en decir los jóvenes nacionalistas chivilcoyanos- y por haberme ausentado de la escuela el día en que se inauguraron los cursos de enseñanza religiosa (pues, de acuerdo a simples e invariables convicciones no podía yo auspiciar con mi presencia una implantación que creo equivocada) fui naturalmente blanco de críticas que empezaron a tornarme la vida un tanto desagradable.
Este Cortázar, que no tiene ninguna visibilidad pública como intelectual -sólo han aparecido Presencia, en 1938, su primer libro de poemas, y “Rimbaud”, un artículo crítico, en la revista Huella, en 1941, ambos bajo el seudónimo de Julio Denis-, suscribe una carta cuyo destino en esa época no podía pensarse más allá del círculo íntimo de la cercanía amistosa. En ella refiere de qué manera ha debido sostener actitudes muy firmes frente a circunstancias públicas en las que se ponían a prueba sus convicciones. En esos años, durante la visita del obispo de Mercedes, Nuncio Serafini, al Colegio de Chivilcoy, Cortázar es el único entre un grupo de alrededor de veinticinco profesores que se niega a besarle el anillo y sólo le tiende respetuosamente la mano para saludarlo. Después, siendo profesor de la Universidad de Cuyo, va a renunciar a su designación por no estar de acuerdo con la manipulación política de los concursos docentes. Considerando estos sucesos, se desvanece la idea del sujeto apolítico, encerrado en la torre de marfil y reaccionando ante el mundo que lo rodeaba sólo cuando el bullicio de las turbamultas lo interrumpían en su labor creativa; lo que no significa proponer un giro que lo transforme en un luchador social, sino antes bien, revisa la idea cristalizada que, básicamente, desde una concepción cercana al compromiso sartreano, se dirige sobre una etapa de su vida, forzando la interpretación para exhibir una discordancia con el desarrollo posterior.
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